- Por Erick Bellido, Periodista y analista de MindRun.
Hace 120 años, la academia Francesa de Ciencias reconoció por primera vez a los meteoritos como un fenómeno de interés científico para el mundo, debido a la caída de Aigle en Francia, el 26 de abril de 1803.
Parte de esa inquietud, fue legada a Chile por uno de los pioneros de las ciencias meteoríticas, el sabio naturalista Ignacio Domeyko, quien en su publicación “Elementos de la mineralogía” publicado por capítulos y finalmente transformado en libro en 1845, estableció inéditos hallazgos en el norte chileno de diversas piezas procedentes del espacio exterior, junto con describir las coordenadas exactas de los cráteres, las características de los fragmentos espaciales encontrados y proyectar el radio de dispersión de los fragmentos.
Destaca de su trabajo, que logra dividir a los meteoritos en dos grupos. Uno compuesto de hierro meteórico y, otro grupo, donde clasifica a los aerolitos o piedras de rayo. También, muestra análisis químicos de ejemplares rescatados en el desierto de Atacama, haciendo comparaciones con otros hallazgos descubiertos en Colombia, México y Siberia, lo cual nos habla de su capacidad para hacer estudios comparados asistidos de otros eruditos en geología y mineralogía de la época, tras conseguir ejemplares extranjeros para ampliar su estudio de una ciencia incipiente.
El enorme legado de Domeyko en la mineralogía y meteorítica nacional, se extendió con numerosas publicaciones hasta 1889 cuando fallece en Santiago de Chile, pero la estela de sus investigaciones de campo, sigue siendo estudiada hasta el día de hoy, tanto, que algunos geólogos de prospecciones mineras de Antofagasta Minerals, tomaron prestadas las detalladas descripciones publicadas tanto por Domeyko como por Sundt, logrando redescubrir en 1985 la zona de caída del meteorito denominado como ‘Vaca Muerta’, compartiendo sus hallazgos con la comunidad científica nacional e internacional, siendo reflejadas en diversas publicaciones sobre meteoritos.
Destacable también, fueron los aportes del naturalista alemán Rodolfo Amando Philippi en su expedición al desierto de Atacama entre 1853 y 1854, oportunidad donde registra en sus bitácoras la visita al cráter meteórico de Imilac, guiado por su descubridor José María Chaile, y da vida en 1860 a su obra “Viaje al desierto de Atacama”, detallando el sector donde recolecta 678 fragmentos de meteoritos de hierro meteórico.
Hoy, colecciones de meteoritos con más de 4 mil millones de antigüedad se encuentran en el Museo Nacional de Historia Natural (Meteorito Taltal, colección Domeyko y roca lunar), en colecciones privadas de los geólogos Edmundo Martínez y Edith Valenzuela, Museo de Copiapó, Universidad de Antofagasta, Universidad Católica (colección del astrofísico danés Holger Pedersen), Museo del Meteorito en San Pedro de Atacama (domo itinerante), Museo de Colchagua (Cecil Eisler), además de la Universidad Austral de Chile, que en septiembre pasado anunció el desarrollo de su primer catálogo oficial de meteoritos, tras validar su colección de 30 ejemplares por la Meteoritical Society, organización internacional que promueve investigación y educación en ciencias planetarias liderada por el Dr. Alexandre Corgne.
A nivel de América del Norte, Centro y Sur, Chile es el país con el mayor número de hallazgos de meteoritos en la región, seguido por México y Argentina, y claramente, eso atrae tanto a la NASA, la comunidad científica y a los cazadores de meteoritos. Es que nuestro país posee el desierto más antiguo e hiperárido del mundo, y su condición hace que estas piedras con distintas aleaciones de minerales se preserven bajo condiciones únicas.
Si bien en nuestro país, no existe un marco legal que proteja la extracción de los meteoritos, quizás por falta de cultura, y ser vistas como simples rocas, sabemos que su origen es extra planetario y que, al cruzar la atmósfera terrestre caen al mar o la tierra, lo que permite su eventual estudio. Esto aporta información valiosa sobre el origen de la vida y su procedencia, ya sea desde la Luna o del cinturón de asteroides entre Júpiter y Marte, por lo que guardan un alto valor para la ciencia. Y aunque algunos países tienen normas que los protegen, existe un creciente mercado global que ha provocado que cazadores de todo el mundo viajen hasta los lugares donde mejor se preservan: los desiertos, donde Atacama es uno de los más visitados del orbe, pues allí es posible encontrar un ejemplar caído recientemente o hace millones de años.
Actualmente, el Grupo de Meteoritos y Ciencias Planetarias de la Sociedad Geológica de Chile, está en una cruzada por resguardar el patrimonio espacial dejado por los bólidos al tocar suelo y transformarse en meteoritos. Buscan clasificarlos, seleccionarlos, analizarlos y describirlos para artículos científicos, junto con promover su conservación y mejor comprensión legada por su rastro estelar, acercando estos contenidos a la sociedad a través de sus redes sociales en Facebook e Instagram; y paralelamente, el Congreso Nacional mantiene en ‘status quo’ un proyecto de ley desde el año 2017, que busca proteger las rocas espaciales como piezas de valor patrimonial.
Así, mientras usted lee estas líneas, el material meteorítico seguirá cayendo en nuestro planeta, siguiendo la misma rutina que lleva desde hace miles de millones de años, pero que suele pasar desapercibida ante nuestros ojos.