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Hidrógeno Verde inicia nueva era en Chile e impone exigencias legislativas
Por
Gastón Fernández Montero
Abogado especialista en derecho minero de la U. de Chile, miembro honorario del IIMCH y de la Sociedad Chilena de Historia y Geografía.
En el pasado, este elemento químico -hidrógeno- le jugó una mala pasada al país, que le costó muy caro y con profundos efectos socio económicos. La actual generación solo ha conocido en forma parcial y atenuada dichos efectos.
A consecuencia de la llamada Guerra del Pacífico, también llamada Guerra del Salitre y la incorporación al territorio nacional de Tarapacá y Antofagasta, el país se transformó en una potencia mundial productora y exportadora de salitre natural, abono indispensable para recuperar la fertilidad de las agotadas tierras agrícolas del mundo, principalmente las europeas.
Este hecho transformó a esta humilde y pobre excolonia española y naciente república independiente, en un pujante país productor y exportador de este valioso abono en una posición monopólica de altos precios y pujante desarrollo.
El salitre – podríamos decir- le cambió el pelo al país. Pero, esta época de bonanza y bienestar se vio abruptamente interrumpida por la aparición en escena de un nuevo fertilizante: el amoníaco, NH3, como gas incoloro y olor característico, compuesto de nitrógeno y átomos de hidrógeno, que sirvió de base para que dos científicos alemanes lo trasformaran en un sucedáneo de nuestro valioso y caro producto natural.
Hasta el año 1913, Chile era el único productor mundial de nitrato de sodio y de potasio, fertilizantes nitrogenados que se producían en sus yacimientos de salitre natural en el incorporado Norte Grande. En ese mismo año, en Alemania, se inicia la producción industrial del sulfato de amonio sintético por la compañía BASF, a través del proceso Heber-Bosch.
La aparición del salitre sintético fue una amarga experiencia para Chile. A ello se unió más tarde la profunda crisis económica mundial de 1929, lo que provocó una catástrofe socio económica de proporciones.
Pero hoy, el hidrógeno, vestido de verde, le devuelve la mano al país y da inicio a una nueva era que cambiará su economía.
El desarrollo del potencial energético renovable solar, eólico, geotérmico, undimotriz y otros, con que cuenta el país, permitirá la producción de hidrógeno verde a bajo costo.
El auspicioso inicio de la nueva etapa impone, ineludiblemente exigencias imposibles de soslayar.
En primer lugar, este elemento químico, es desconocido para nuestra legislación. Solo hay referencia a él, en un Decreto Supremo del Ministerio de Salud (DS N° 131 de Salud de 1992), referente a gases comprimidos.
Ni la Comisión de Energía ni el Ministerio respectivo lo tienen legalmente, por ahora, como combustible, dentro de la órbita de su competencia.
En el campo de la minería, este vector energético, está ausente en el Reglamento de Seguridad.
Su uso, almacenamiento, transporte, manipulación etc. deberán reglamentarse recogiendo la experiencia internacional existente.
Los incentivos para su empleo, atracción de inversiones, estímulos para la descarbonización y protección del medio ambiente y otros aspectos deberán atraer la atención de los legisladores.
Con energía limpia, se construirá una nueva minería verde y se pintará de igual color parte de nuestro desierto, con una fruticultura adecuada, fertilizada con agua desalada a bajo costo.
Ahora que se está estructurando una estrategia con miras a una política de Estado, decimos: ¡Bienvenido hidrógeno verde!